La sombra adquiere un carácter comunicativo cuando hay alguien que la observa. Las formas oscuras y ambiguas que se extienden sobre la superficie son, a veces, indescifrables, confusas, y no se puede averiguar a simple vista a qué objetos pertenecen. Sin embargo, es ahí donde radica el vínculo comunicativo: la sombra emite una ambigüedad que es captada por nosotros, el receptor. La sombra, al hacernos especular sobre ella, nos provoca, se nos insinúa mediante un confuso juego que nosotros como receptores queremos resolver; deseamos descubrir ese objeto oculto, despojarlo del anonimato en que lo envuelve la sombra.“Hemos afirmado que el diseño no termina en el objeto, sino en el modo de celebración que él propone. No han de encontrarse aquí formas de objetos, sino formas que nos llevan a diseñar objetos” (Ricardo Lang) Esta cita ejemplifica la propuesta, en la medida en que aquí no se representan los objetos, pero se insinúan a través de sus sombras; debemos descubrirlos a través de ellas: es la sombra la que nos lleva a develar el objeto oculto.
Un poco de historia
A lo largo de la historia, la sombra ha tenido diversas connotaciones, siendo un recurso para destacar determinadas situaciones. Por ejemplo, durante el Renacimiento, la sombra proyectada se halla vinculada a la perspectiva y posee una connotación ligada a la temática de la Anunciación, en que la sombra alude a la presencia del Todopoderoso.
Durante la Ilustración, época de racionalismo, se asociaba la luz a la lectura, a la intelectualidad, al saber, en tanto la sombra simbolizaba ignorancia. En este caso, esta sombra puede relacionarse con una ignorancia en cuanto a la visión difusa y poco certera de cuanto nos rodea, una especie de inseguridad respecto al entorno.
En el Barroco, la sombra es explotada principalmente por los tenebristas; en las escenas religiosas, en tanto, enfatiza la presencia sagrada. Además, estructura la composición y sugiere la temporalidad de la escena, como se aprecia en algunas obras de Rembrandt.
Durante el Romanticismo, con el surgimiento de lo sublime, la sombra adquiere cualidades narrativas eminentemente negativas, aludiendo a una estética de lo siniestro, como se ve en obras de Goya, por ejemplo.
Luego, durante el Impresionismo la sombra comienza a ser tratada como un fenómeno plástico propiamente tal, abandonando su carácter narrativo; surgen sombras coloreadas, dejando de lado la tradicional utilización del negro y la carga peyorativa que esta conlleva.
Más tarde, el surrealismo las carga de protagonismo, otorgando credibilidad a las escenas oníricas.
En el Pop art, la sombra se constituye como un elemento cotidiano, marcando presencia.Finalmente, en el cine, especialmente en el expresionismo alemán, la sombra se constituye como una prolongación siniestra del hombre, con Nosferatu 1921, de Friedrich Wilhelm Murnau. En tanto, la fotografía se interesa por las sombras proyectadas.
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